La paciencia de Dios tiene límite. Las ciudades de la llanura llenaron la copa de su ira. Pero en su misericordia Dios llamó a Lot a salir de allí. Lot era una persona muy hospitalaria y gracias a este don, hospedó ángeles por medio de los cuáles fue librado de la destrucción. El corazón de Lot estaba apegado a las cosas que había podido conseguir en el transcurso de su vida, por eso los ángeles tuvieron que sacarlo por la fuerza, esto nos puede suceder a nosotros hoy, las cosas del mundo nos pueden estar absorviendo de tal manera que no podamos ver el peligro que nos acecha. El consejo de Dios es vivir fuera de las ciudades, precisamente porque en ellas se cierne toda clase de vicio y malas influencias tanto para nosotros como para nuestros hijos y Dios quiere librarnos de todo este mal. Aquí podemos ver cómo la obediencia a Dios trae buenos resultados. Abrahán se sitúo lejos de la ciudad, y Dios lo bendijo grandemente, por el contrario Lot se ubicó en la ciudad, trayendo para él y sus hijos la desgracia.
Aunque Lot arriesgo su vida y la de su familia al vivir en las ciudades de la llanura, Dios tuvo misericordia de el, al enviar a los ángeles a sacarlo de allí, gracias a la intervención de Abraham, significa que una persona justa puede intervenir por otra para bien. En el libro de Santiago 5:16 dice: “… La oración eficaz del justo puede mucho”, dando a conocer la importancia de la oración intercesora, la oración de los unos por los otros. La misericordia de Dios nos alcanza porque su gracia es infinita. Lot fue salvo por gracia, así como está prometido a todos los que aceptemos a Jesús, su gracia nos alcanzará.
La influencia que ejerce el mundo sobre nosotros es muy poderosa, el relacionarnos con el mundo de una manera tan directa para recibir su influencia, nos puede poner en riesgo de alcanzar la salvación. Debemos prepararnos de tal manera que seamos nosotros los que influenciemos el mundo y no el mundo a nosotros. El fruto que demos finalmente será dado de acuerdo a qué cosas estoy permitiendo en mi vida, estoy consagrando mi vida a Dios o al mundo.
No podemos ser cristianos y perseverar en el pecado, cuando le permitimos a Jesús entrar a nuestro corazón él transforma nuestra vida.
En este capítulo vemos cómo Dios envió azufre y fuego los cuáles destruyeron para siempre las ciudades de la llanura. Sabemos que Dios es fuego consumidor pero el fuego también es el que nos purifica. Cuando Cristo venga su resplandor para algunos será fuego consumidor y para otros será el fuego de amor que ilumina y da vida. Oremos para que en cada uno de nosotros sea el fuego para vida eterna.
Autor: Yaneth Herrera